
Corrí la tasita de café vacía en uno de esos movimientos inconscientes que suelo hacer cuando no encuentro el adjetivo adecuado, y a la inversa, cuando redondeo una frase inspirada, esas que parecen que te son dictadas, como ocurría en ese momento.
Súbitamente una sombra, la de alguien joven se paró a mi lado.
No lo miré, me pareció que era uno de esos chicos que te vienen a pedir.
Súbitamente una sombra, la de alguien joven se paró a mi lado.
No lo miré, me pareció que era uno de esos chicos que te vienen a pedir.
-Gracias, ya le di una moneda al pibe de las estampitas, gracias igual.
Quedó en silencio ahí parado, luego oí su voz, que parecía la de un locutor.
-Señor, soy la muerte y vengo a buscarlo.
Lo miré, era un chico de unos veinte años. Estaba vestido con pantalón y campera de jean, una rosa negra le asomaba del bolsillo de la camisa.
La verdad no me molestó tanto el que quebrase la epifanía, como la sensación de que otra vez alguien me estaba interrumpiendo.
A la mañana me habían despertado los evangelistas que todos los sábados tocan el portero eléctrico de casa. Los deben de renovar, porque indefectiblemente les respondo: “soy ateo, gracias”, pero no hay caso. En el desayuno, mi esposa con la sutileza a la que puede aspirar una ingeniera me preguntó. ¿Este sábado tampoco me acompañas al súper? Así que esa mañana ya había arrancado mal.
-No gracias pibe, me quedo viviendo un poco más- ¡Que bien que estuve!, pensé.
- Señor, tengo órdenes de llevarlo.
-Mirá pibe, hoy no tengo un buen día, desde que me levanté que no me dejan estar tranquilo. Viniendo para aquí, en un semáforo, me atacaron tres limpiavidrios que no me dieron tiempo a nada, me dejaron el parabrisas peor que antes, sucio, con rayas, y encima les tuve que dar 2 pesos.
Y antes de que vos llegaras vino el pibe de las estampitas, y después el de las curitas, y la verdad es que estoy un poco harto, no me dejan escribir. ¿Por qué no volvés otro día? o mejor, dejáme tu número y yo te llamo.
El muchacho se sentó enfrente mío; es verdad que antes pidió permiso, pero no me dio tiempo a contestarle.
-Señor Julio, tengo órdenes, tiene que acompañarme, si se resiste va a ser peor.
El chico ya me estaba incomodando: –Tenés órdenes, entonces mostrámelas.
-Señor, son órdenes verbales, paradigmas de la vida y de la muerte.
Chau, otro poeta, pensé, pero de los molestos.
-Mirá, si no tenés la orden por escrito, no sigamos hablando, ¿o no sabés que vivimos en un estado de derecho? Y ahora dejáme tranquilo y andáte.
El chico se quedó unos instantes callado.
-¿La orden tenía que ser escrita?- Realmente el muchacho parecía desconcertado.
-Obvio, por escrito y con todos los sellos, número de expediente y motivo del pedido- La verdad es que me agarró inspirado, hay veces en a uno le salen bien las respuestas.
-Julio, haga una excepción, es mi primer trabajo, y usted ya sabe que en el infierno son inflexibles con los que se equivocan.
-¡Ah!, y encima me querías llevar al infierno. Decime pibe ¿tenés el certificado de aptitud de la caldera?, ¿La aprobación de derechos humanos a la lista de torturas?, ¿los certificados de las normas IRAM 9002?
-No señor no me dieron nada, pero…
-Pero nada…Mirá pibe tomatelás, y la próxima vez volvé mejor preparado, mientras tanto no me jodas.
-Está bien, voy a hablar con mi supervisor, que está en el bar de enfrente.
-Pero… ese es el bar “La Paz”, ¿como se le ocurre estar ahí?
-Y, sucede que mi supervisor es un nostálgico de los setentas. Nos contó que en ese bar se reunía con sus compañeros.
-Mirá pibe, eso que me contás merece mi respeto, pero igual tomatelás.
El chico se fue, me quedé mirándolo cruzar la avenida Corrientes y entrar en La Paz.
“Mejor me voy” pensé, a ver si el supervisor es un conocido, y de todos modos si regresan, otra vez voy a tener que empezar a argumentar. Esta vez me salió bien, la próxima no sé.
Es increíble, pero el sábado a la mañana no hay en esta ciudad un puto lugar donde escribir tranquilo.
Quedó en silencio ahí parado, luego oí su voz, que parecía la de un locutor.
-Señor, soy la muerte y vengo a buscarlo.
Lo miré, era un chico de unos veinte años. Estaba vestido con pantalón y campera de jean, una rosa negra le asomaba del bolsillo de la camisa.
La verdad no me molestó tanto el que quebrase la epifanía, como la sensación de que otra vez alguien me estaba interrumpiendo.
A la mañana me habían despertado los evangelistas que todos los sábados tocan el portero eléctrico de casa. Los deben de renovar, porque indefectiblemente les respondo: “soy ateo, gracias”, pero no hay caso. En el desayuno, mi esposa con la sutileza a la que puede aspirar una ingeniera me preguntó. ¿Este sábado tampoco me acompañas al súper? Así que esa mañana ya había arrancado mal.
-No gracias pibe, me quedo viviendo un poco más- ¡Que bien que estuve!, pensé.
- Señor, tengo órdenes de llevarlo.
-Mirá pibe, hoy no tengo un buen día, desde que me levanté que no me dejan estar tranquilo. Viniendo para aquí, en un semáforo, me atacaron tres limpiavidrios que no me dieron tiempo a nada, me dejaron el parabrisas peor que antes, sucio, con rayas, y encima les tuve que dar 2 pesos.
Y antes de que vos llegaras vino el pibe de las estampitas, y después el de las curitas, y la verdad es que estoy un poco harto, no me dejan escribir. ¿Por qué no volvés otro día? o mejor, dejáme tu número y yo te llamo.
El muchacho se sentó enfrente mío; es verdad que antes pidió permiso, pero no me dio tiempo a contestarle.
-Señor Julio, tengo órdenes, tiene que acompañarme, si se resiste va a ser peor.
El chico ya me estaba incomodando: –Tenés órdenes, entonces mostrámelas.
-Señor, son órdenes verbales, paradigmas de la vida y de la muerte.
Chau, otro poeta, pensé, pero de los molestos.
-Mirá, si no tenés la orden por escrito, no sigamos hablando, ¿o no sabés que vivimos en un estado de derecho? Y ahora dejáme tranquilo y andáte.
El chico se quedó unos instantes callado.
-¿La orden tenía que ser escrita?- Realmente el muchacho parecía desconcertado.
-Obvio, por escrito y con todos los sellos, número de expediente y motivo del pedido- La verdad es que me agarró inspirado, hay veces en a uno le salen bien las respuestas.
-Julio, haga una excepción, es mi primer trabajo, y usted ya sabe que en el infierno son inflexibles con los que se equivocan.
-¡Ah!, y encima me querías llevar al infierno. Decime pibe ¿tenés el certificado de aptitud de la caldera?, ¿La aprobación de derechos humanos a la lista de torturas?, ¿los certificados de las normas IRAM 9002?
-No señor no me dieron nada, pero…
-Pero nada…Mirá pibe tomatelás, y la próxima vez volvé mejor preparado, mientras tanto no me jodas.
-Está bien, voy a hablar con mi supervisor, que está en el bar de enfrente.
-Pero… ese es el bar “La Paz”, ¿como se le ocurre estar ahí?
-Y, sucede que mi supervisor es un nostálgico de los setentas. Nos contó que en ese bar se reunía con sus compañeros.
-Mirá pibe, eso que me contás merece mi respeto, pero igual tomatelás.
El chico se fue, me quedé mirándolo cruzar la avenida Corrientes y entrar en La Paz.
“Mejor me voy” pensé, a ver si el supervisor es un conocido, y de todos modos si regresan, otra vez voy a tener que empezar a argumentar. Esta vez me salió bien, la próxima no sé.
Es increíble, pero el sábado a la mañana no hay en esta ciudad un puto lugar donde escribir tranquilo.