domingo, 21 de noviembre de 2010

Crisis




Había sido un fin de año espantoso, seguido por un verano horrible, en general, una época de mierda. En Octubre del 2001, después de 14 años controlando la producción de baterías de cocina con fondo de teflón, la empresa, que había decidido reducir el personal para contener costos, decidió prescindir de mis servicios.
Recuerdo que fue en Octubre porque cuando María recibió el telegrama, pensó en que era una sorpresa, como las que yo antes le solía hacer para el día de la madre. Me contó que estuvo un rato asociando las frases: “prescindir de sus servicios” o “indemnización y liquidación final a su disposición”, con pistas que la llevarían hacia algún lugar de la casa donde encontraría escondido un regalo. Y esta vez no sería una cacerola con colador incorporado, ni siquiera el wok que tanto le gustó. No, ahora sería algo comprado por mi, como cuando Cande y Seba eran chicos, una cartera de XL, o aunque sea algo de Yagmour.
Convencer a mi mujer que no había un regalo sorpresa resultó más difícil que explicarle que me habían despedido.
–Es que no es lo mismo, -me decía, -en una cuestión interviene tu voluntad y en la otra no-. Desde Agosto, en que había empezado terapia, que tenía esas frases extrañas, como “la pareja está creciendo en forma asimétrica” o “No todo pasa por vos y por los chicos”.
Yo soy técnico industrial, sé lo que es un crecimiento asimétrico, pero no se me ocurría como las cosas pudiesen pasar por otro lado distinto a la familia.
Como sea, recibí 36.900 pesos de la indemnización, con los que inmediatamente compré 36.900 dólares. En esa época vivíamos en un departamento en Charlone casi Forest y en esa esquina había una casita en venta que me volvía loco.
No tenía jardín, pero arriba había una terraza espectacular, como las de antes con baldosas coloradas. No quiero exagerar, no era un palacio, pero pasé varios días imaginando que vivíamos ahí, y entonces me detenía siempre en el mismo pensamiento: Yo haciendo un asado en la terraza, una mesa enorme llena de amigos y mi esposa pidiendo “¡un aplauso para el asador!”.
Nuestro departamento valía unos 50.000 dólares, yo había recibido 36.900, me faltaban 18.100 para llegar al valor de la casa. Sumándole la comisión y la escritura unos 22.000 dólares, por los que podía pedir una hipoteca.
Pero María me desalentaba, me decía que con su sueldo de maestra y las clases de inglés, no podíamos cerrar el mes y era necesario usar las reservas.
No se si alguna vez te pasó, de rozar un sueño, de sentirlo entre los dedos, de llegar a olerlo, y que de pronto desaparezca.
Y no como cuando nos despertamos y las imágenes y las emociones se confunden, se superponen, y finalmente conforman una historia volátil que pronto olvidamos. No, que desaparezca como un muerto, que ya no está, que ya jamás volverá a estar y al que sin embargo soñamos una y otra vez.
En fin, María decía que los bancos estaban pagando tasas increíbles y que tan solo con los intereses podíamos arreglarnos, cambiamos lo dólares a pesos y los depositamos en el Banco Pueyrredon.
A mi ya no me interesaba, me daba lo mismo, la casa seguía estando en venta, solo que ahora sabía que jamás podría ser nuestra.
Así llegamos a Diciembre, se congelaron los depósitos bancarios y casi todo el dinero que teníamos quedó atrapado en el Corralito.
Lo que yo he golpeado la cacerola con colador incorporado fue algo increíble. La martillaba con el palo de quebracho de un mortero, le pegaba sin cesar; primero desordenadamente, luego con cierta técnica de arriba abajo y de izquierda a derecha, como la lectura. En los cacerolazos, yo era el primero en llegar y el último en irme, siempre con la misma cacerola, jamás la cambié.
Pasó Diciembre, pasó Enero, pasó Febrero y en Marzo María me dijo que debíamos irnos de vacaciones lo antes posible, el 16 de Marzo los chicos comenzaban el colegio. Sucede que ella había podido guardar todo el dinero de su aguinaldo más algo que teníamos separado para emergencias, alcanzaban me dijo:” para despejarnos y poder repensar después nuestra relación”.
Sería solo una semanita en Mar del Plata, pero era necesario alquilar cuanto antes porque en diez días empezaban las clases.
Compré el “Clarín” y esa misma tarde alquilé un departamento. Dos días después salimos en un bus de “La Costera Criolla” para Mar del Plata.
Alquilé lo mejor que había por nuestro dinero, un departamento de un ambiente interno en Luro y Santiago del Estero. “Ambiente y ½ para seis personas cerca de la Bristol”, decía el aviso.
Supongo que los estándares que manejaban eran los del Gueto de Varsovia, nosotros éramos cuatro y vivíamos casi hacinados.
Como los tres primeros días llovieron, pasábamos mucho tiempo en el departamento, mirábamos televisión en un aparato blanco y negro de 14” al que había que moverle las antenitas y al que llegué a amar. De todos modos los chicos salían bastante, entonces María y yo nos quedábamos en silencio, salvo por el sonido de esa tele, que incluso dejábamos encendida cuando ya había terminado la programación.
El cuarto día dejó de llover y fuimos a la Bristol. María y los chicos disfrutaron de la playa y no les molestaba ni la arena húmeda ni la gente, que en Marzo no es mucha, pero que por alguna extraña razón estaba toda ahí.
En cambio yo, no se, era como si ese sol hubiese iluminado una tristeza que tenía adentro y que antes no podía ver. Me sentía acongojado, sabía que todo esto era irreal, que María y los chicos también se desvanecerían en Buenos Aires, como mi trabajo y el dinero del banco.

Esa noche salimos a caminar por la peatonal San Martín. Caminábamos y mirábamos vidrieras como todos, pero cuando llegamos a la Catedral algo llamó mi atención.
Sobre una larga tabla montada sobre caballetes había cuatro tableros de ajedrez. Un hombre de barba de unos 40 años estaba sentado en un taburete, frente a él otros dos parados movían sus fichas y sobre la mesa un cartel manuscrito explicaba la oferta: “Partidas simultaneas - $2 se paga $5 si ganan las negras”.
Desde Enero había estado yendo al Parque Rivadavia casi todas las semanas, lo hacía después de buscar trabajo y no encontrarlo. Entonces me sentaba en algún banco de cemento y jugaba ajedrez casi siempre con viejos.
¿Y si probaba?, aunque este era un profesional, seguramente un jugador de experiencia sobreviviendo en la crisis. Me quedé un momento mirando. El hombre de barba esperaba su turno y entonces hacía su movida rápidamente, en cambio los desafiantes quedaban inmóviles, pensando.
-Ustedes sigan, yo voy a jugar al ajedrez.
Los tres siguieron caminando y yo me pare frente a uno de los tableros.
Puse el billete de 2 pesos sobre la mesa y le extendí mi mano, el hombre me la estrechó, la bajó e hizo su apertura: blancas 4 peón del rey, luego guardó el billete en una billetera y esta en su bolsillo.
Tuve entonces una imagen aterradora, el hombre me pareció ser el Banco Pueyrredon. No había dejado el dinero en un lugar neutral se lo había guardado, ya eran de él.
Paradójicamente, esa imagen no me llevó a otra y esta a otra que finalmente terminara en mi tristeza, no, de repente tuve el convencimiento de que podía ganar, que las blancas representaba a la adversidad y que las negras las derrotarían.
No pensé que esto fuese cursi, como lo pienso ahora al recordarlo, te aseguro, fue una certeza inexplicable, sentía que las negras tenían una causa justa por la que luchar y las blancas no.
Desarrollé la partida concentradísimo, pensaba en las consecuencias de cada movimiento, y las posibilidades se abrían como en un diagrama. Apenas me daba cuenta que los jugadores que estaban a mis lados se renovaban, estaba absolutamente focalizado en la partida, sin embargo las blancas me llevaban peón y alfil de ventaja.
Yo jugaba muy lento, evaluaba, calculaba, pero el señor de barba aumentaba constantemente su ventaja. María volvió con los chicos y me preguntó si faltaba mucho. –Si, conteste, y seguí con la vista en el tablero. Evalué entonces las posiciones, las blancas dominaban el centro y ambos flancos, mi rey aún estaba protegido pero la diferencia de piezas hacía que mi vanguardia pareciese desordenada. Entonces, como explicarlo, mi corazón comenzó a agitarse, mi mente seguramente lubricada por la adrenalina, encontró al tiempo una salida y una explicación. La razón por la que yo ganaría era la misma por la que había perdido todo mi dinero en los bancos, la misma por la cual fui elegido para encabezar a los despedidos en la fábrica, la misma por la cuál María pensaba separarse. Y la razón era simple, y a la vez comprensible: la gente pensaba que yo era tarado.
Pero, yo no fui tarado, nada más fui simple y confié. Confié en los bancos, confié en María, confié en que conseguiría trabajo.
Miré al señor de barba y sentí que él sabía que ganaría, y acaso... ¿no lo sabía también el Estado que dejó que nos robaran, no lo cree saber María, imaginando la simpleza de un divorcio?
Miré otra vez el tablero…si yo ofreciese el caballo ¿acaso no me lo comería? ¿Acaso el señor de barba, evalúa la posibilidad de yo sepa que ese movimiento habilita a mi reina a entrar en su retaguardia y dar mate en tres?
Entonces convencido como un fedayín que se estalla en el medio del mercado, moví mi caballo, y el hombre rápidamente lo comió.
En ese instante sucedió algo imposible de explicar, mi corazón que galopaba se detuvo, la gente que pasaba perdió sus colores, el hombre de barba ahora iluminado por el farol de neón, quedó congelado en luces blancas y amarillas. En ese instante todo volvió a tener sentido, mi vida, el parque Rivadavia, el caballo sacrificado, todo era una misma imagen y un mismo movimiento.
Luego la sangre volvió a fluir, temblaba, moví mi reina, que quedó expectante en su terreno, entonces el hombre, aún incrédulo, amenazó mi torre, pero fue inútil. Mi reina tomó a su alfil del rey y jaque. El hombre entonces, rápidamente como había hecho todo hasta ese instante, volcó su rey.
Yo seguía temblando, espero que él no se haya dado cuenta aunque no me importa demasiado. Sacó su billetera, la abrió deslizó prolijamente un billete de cinco pesos y me lo ofreció. Yo lo tomé le di la mano y me fui.

Me senté en uno de los canteros que están frente a la Catedral, Yo ya no era el mismo, traté de explicarme lo que había pasado, pero entonces no podía, y con una mano en el bolsillo aferrando mi trofeo, esperé a que los chicos volviesen. Cuando llegaron solo atiné a abrazarlos llorando y a decirle cuanto los quiero.


sábado, 6 de noviembre de 2010

EL INCREIBLE PODER DE LOS CANILLITAS


Resueltos a demostrar el poder de su gremio, los canillitas han decidido adelantar el tiempo. He recibido hoy, sábado 6 de Noviembre, el diario con la revista “EL PAIS SEMANAL” de mañana domingo 7 .
Este sindicato sí que sabe hacer las cosas, nada de piquetes, cortes de rutas o absurdas manifestaciones, le quitan un día a tu vida y ya.
Como para no respetarlos, como para no escuchar sus reclamos, la verdad es que dejan a la bomba Molotov a la altura de una bala de cebita.
Miro la revista y no me atrevo a abrirla, ¿cómo sé que además no han preparado una celada? Me aterra la idea de que al pasar sus páginas sea chupado por la nota de Millás o la de Maruja Torres, o peor aún quedar colgado de las gafas de PRADA o embardunado en la crema de VICHY, esa... la Neovadigol Gf, que ponen siempre en la contratapa.
No quiero inquietar a mi esposa, así que voy a guardar la revista dentro del diario y mañana me lo tiro yo mismo en el jardín como todos los domingos. De todos modos, le voy a decir que le pague al diariero el mes que le debemos, evidentemente esta gente no se anda con chiquitas.