martes, 4 de enero de 2011

MONOLOGO

Fotografía: "emergiendo" - Julio Genissel
.
.
¿Pues quién podrá soportar los azotes y las burlas del mundo,
la injusticia del tirano, la afrenta del soberbio, la angustia del amor despreciado, la espera del juicio, la arrogancia del poderoso,….
W. Shakespeare – Hamlet - acto III – escena I


Llego a la maldita oficina cada día con la esperanza de no verla, de no sentir su presencia marcial, ni ese aliento que humedece mi nuca cuando se para detrás de mi espalda, acercando su cabeza, sin hablarme, observando los números que afinadamente voy encolumnando en el debe y el haber.

Siempre es igual, el acecho y el sometimiento, una lacónica monotonía, que me recuerda con un retumbe de tambores en mis sesos mi irremediable mediocridad.
Entonces quiero gritarle o escupirle el maquillaje perfecto, y sin embargo el grito se ahoga en mi boca, mi saliva se resiste a cruzar el aire, solo me humedece la garganta; luego paso la mano por la comisura de mis labios, me doblo sobre la hoja del libro de caja y vuelvo a sumar.

La rutina, la rutina, la rutina, que me adormece, que me anestesia, que me consume.
¿Cuál es la razón para soportar todo esto? ¿Por que padecer voluntariamente este tormento? Si tan solo mi lucidez pudiera apagarse y ya no sentir las injusticias, los abusos y los atropellos.
¿Debo decir la palabra correcta o la palabra necesaria? ¿Debo cesar acaso de ver y en cambio desviar la mirada?

No puedo evitar observarla ahora, su cuerpo abundante enfundado en un ridículo vestido negro. Como quisiera poder sentir igual que ella, alejándome del peso de las miradas. Tener esa capacidad estética atrofiada que sin duda me ayudaría a ser feliz, y no sentir además el oprobio de la vejez, ni la soberbia de los poderosos, ni la lentitud de la justicia, ni la carencia irremediable del amor.

Acaso es la paciencia la cárcel de la acción, o tal vez la cobardía la que vuelve innecesarios los centinelas para convertirme a mi mismo en mi propio carcelero.

Ya no soporto mis pensamientos, matarla, matarme, ¿es esa la cuestión? ¿Será tan sencilla la resolución de esta angustia?
¿Es que es todo tan simple, que tan solo se trata de matar o morir, de someterse o someter? O será el destino, esta infortunada paciencia, que me hará vivir por siempre, pensando en el sueño de ser y soportando al mismo tiempo, el espanto de no ser nada.