miércoles, 16 de febrero de 2011

Las guardas


Vanesa bajó de la camioneta algo molesta, le costó bastante estacionar la Eco Sport negra en un espacio demasiado pequeño. Para lograrlo había empujado al auto de adelante y al de atrás, maldiciendo a los imbéciles que no dejaron los vehículos suficientemente alejados entre si como para que la Eco pudiese entrar.
Estaba impecable con unos jeans Levis que estrenaba ese día, un suéter rojo de Kosiuko y una campera Columbia, que ahora solo usaba para ir a las obras.
Cáceres, el capataz, la recibió en la puerta del cerco de madera, y juntos entraron al edificio por el futuro gran Hall de Entrada, cruzándose con al menos 20 operarios que se preparaban para salir.
Ya había estado esa mañana en una visita rutinaria, pero ahora, a un maldito cliente se le había ocurrido cambiar las guardas de Carrara por un vulgar porcellanato y ella debía medir los tres baños principales para poder calcular el nuevo presupuesto.
Pasó por el espacio de doble altura donde habían comenzado a colocar los paños de mármol Verde Alpe. En ese mismo hall a la mañana había echado de la obra a Suárez.
El hombre que olía a una mezcla horrible de vino barato con Coca-Cola, le había dicho algo por lo bajo.
– En esta obra no se bebe borracho asqueroso- dijo y llamó al capataz al que le ordenó que “lo echaran hoy mismo”.
A Vanesa le encantaba ejercer el poder, le resultaba excitante mandar a estos hombres rústicos, que en su presencia parecían caniches

-¿La acompaño arquitecta?- preguntó Cáceres.
- No gracias, voy a estar tomando medidas un rato y después me voy-
Estaba apurada, era invierno y comenzaba a oscurecer.
Subió los dos pisos por la escalera y mientras lo hacía, le agradó la sensación de fortaleza en sus piernas, los cinco días de gimnasio por semana la tonificaban, seguramente era el escalador.
Entró al departamento, había hablado por celular con Cáceres antes de ir a la obra para pedirle que dejara dos lámparas portátiles en esa unidad, ella tenía un Iphone de 32 GB y recordó que el capataz tenía un Motorola V3 un muy buen aparato, que ella ya había tenido hace unos años en versión “black”.

Vanesa se jactaba de ser previsora y como de costumbre no se había equivocado, eran las seis de la tarde y desde afuera ya no entraba luz.
Puso unas hojas de diario sobre unos tablones y sobre ellas apoyó la Mac, luego se sacudió la campera algo empolvada y comenzó a medir.
Iluminó uno de los baños y mientras medía sintió que alguien la observaba.
Instintivamente giró y miró hacia la puerta pero no había nadie, tan solo la tenue luz que salía del baño hacia el oscuro pasillo.
-Si llega a ser un obrero que me espía, lo agarro a patadas y lo mando al hospital- pensó, y evocó los golpes aprendidos en el kick boxing que hacía los martes, en clases que por cierto comenzaban demasiado tarde a las siete y media de la mañana.
Anotaba prolijamente las medidas, cuando escuchó el sonido de unos pasos. No podía equivocarse Villanueva es una calle muy silenciosa y quien caminaba no denotaban ninguna intención de ocultarse.
Dejó el lápiz Caran D`Ache sobre el cuaderno y se dio vuelta.
Entonces, iluminado por la luz tangencial que se filtraba de la lámpara lo vio a Suárez, parado en la puerta, mirándola.
-¿Qué hace aquí?, ¿acaso no le dije que se fuera de la obra?- Gritó, con un tono entre soberbio y desafiante.
Suárez continuó estático frente a ella y el olor a vino de cajita otra vez mortificó su olfato.
-¿Qué hace ahí parado?, ¡retírese de una vez!
El hombre era moreno, lucía fuerte aunque no era alto, tenía puestos unos jeans y una polera negra, el pelo mojado denotaba que recién se había bañado.
Suárez caminó hacia Vanesa con paso lento, cuando estaba a unos dos metros comenzó a sacarse el cinturón.
-Perra- dijo- ¡Ahora vos vas a saber lo que es la disciplina!
Van lo dejó avanzar, desabrochó su campera y se puso en posición kiotari-sogui, pierna izquierda adelante con rodilla flexionada, pierna derecha atrás, brazo izquierdo extendido, brazo derecho doblado y retraído.
La posición anunciaba dos golpes de puño y una patada de empeine.
Suárez sonrió y comenzó a avanzar hacia ella.
-¿Me va a pegar che arquitecta?- Preguntó y se rió.
- ¡No, te voy a matar imbécil!-
Entonces disparó los dos golpes de puño. Suárez parecía una bolsa de arena colgada del techo. El primer golpe se perdió en el aire y el segundo pegó de lleno en sus costillas, Van sintió como sus nudillos se rompían contra esa pared de músculos y huesos, disparó inmediatamente la patada que Suárez detuvo en el aire.
Quedó entonces detenida con las piernas en ángulo recto, mientras Suárez le sostenía el pié.
Trató de zafarse y solo lo hizo cuando él lo permitió.
Vanesa escapó asustada hacia el balcón, sabía que este se comunicaba con el departamento contiguo, el de dos dormitorios, si atravesaba su living llegaría al pasillo salvador.
Corrió a oscuras a través del departamento y cuando llegó al pasillo trató de frenarse para buscar la escalera, pero la inercia le hizo atravesar las frágiles cintas de seguridad, que marcaban el hueco del ascensor y cayó por él.
Un montículo de arena acopiada amortiguó el golpe que de todos modos fue muy fuerte.
Apenas podía caminar.

Estaba en el gran hall de doble altura, por sobre el cerco de madera que cubría la futura puerta principal, se veía brillar al farol de la calle, dentro de un círculo de niebla, oscilando con el viento.
Estaba mareada, pero quería recobrar fuerzas para cruzar el hall; al menos quince metros la separaban de la puerta.
Repentinamente vió como bajaba por la escalera una luz, que como un liquido gris se iba derramando por los escalones. Dió dos pasos hacia atrás y se ocultó en un pequeño rectángulo, en el que en el futuro se iba a colocar una escultura.
Vanesa sintió su ropa mojada y al apoyarse contra la pared un escalofrío le recorrió el cuerpo. Trato de desplazarse en silencio, pero golpeó con el pie un balde, que retumbó como un tambor.
Se retrajo, la luz seguía acercándose. Bajó su mano derecha para apoyarse mejor en la pared, entonces palpó lo que sin duda era el mango de una herramienta., la alzó y por el peso supo que era una pala.
Súbitamente la penumbra se llenó de una claridad que encandilaba. Aferró fuertemente la pala y la levantó. Desde el hueco vio como la linterna pasaba delante de ella, entonces con todas sus fuerzas golpeó de lleno al hombre que se desplomó pesadamente delante de sus pies.
La linterna cayó un segundo después al piso, el haz de luz giró hasta que se detuvo contra el cuerpo del hombre caído.
Van se acercó con la pala dispuesta a golpearlo nuevamente, pero era innecesario, el cuerpo ya no se movía.
-¡Fue un buen golpe!- pensó -me atacaron y me defendí.
Se agacho y tomó la linterna. Iluminó el cuerpo tieso y subió la luz hacia la cara. La pala lo había golpeado en la frente, su rostro estaba totalmente ensangrentado.
Mientras lo miraba Vanesa sostenía aún la pala amenazante.

- ¡Lo mataste che arquitecta!.-
La voz de Suárez la sobresaltó, soltó la linterna, giró hacia el y mantuvo en alto la pala
-Le rompiste la cabeza.-
Suárez estaba ahora junto al cuerpo, había tomado la linterna del piso e iluminaba el rostro del muerto.
Van miró fijamente esa masa, mezcla de carne desgarrada y sangre. La miró unos segundos y luego miró a Suárez.
-Es Cáceres- dijo- y su voz salió finito, apenas audible.
-¡Si, Cáceres!, ¡y vos vas a ir a la cárcel arquitecta!-.
La palabra cárcel, la heló. Le sonaba a aislamiento, a castigo, un lugar sucio y húmedo donde ella no sería Vanesa, un lugar donde no sería nada.
-¡No!- dijo- creí que eras vos Suárez, vos me querías matar.-
- Nadie te va a creer arquitecta, te caíste por el hueco del ascensor o te tiraste, luego mataste al capataz, yo soy el testigo.
- Pero vos me querías matar a mí.
- Te equivocaste arquitecta, y ahora llamamos a la policía.
-¡No! Imploró Vanesa
Suárez oía la voz temblorosa de su jefa y se deleitaba al sentir a esa mujer que le parecía soberbia y despreciable, llorando y suplicando tal vez por primera vez. Ella le dijo cosas que el no entendió, también le habló de piedad, de misericordia, de Dios, pero cuando mencionó la palabra dólares, captó toda su atención.
-En la camioneta tengo doce mil dólares, y son para vos si me ayudas –
Los tenía guardado en uno de los tantos compartimentos que trae la Eco, los llevaba para hacer un pago, sabía que no había lugar más seguro para guardar dinero que dentro de un auto.
Suárez no dudó –Lo enterramos en el jardín- dijo- o lo cortamos en pedazos y me lo llevo a casa para dárselo de comer a los chanchos.
Ahora Vanesa estaba calmada, sabía que nuevamente manejaba la situación. Había cometido un error, uno grande, pero entonces también sería grande la solución.
Pensó en que sacar el cadáver sería muy riesgoso y enterrarlo en el jardín una obviedad, había que esconderlo ahí, en la obra, en un lugar donde jamás se lo pudiese descubrir.
¿Pero como explicar la ausencia de Cáceres?, él no tenía ninguna razón para desaparecer.
Vanesa recorrió mentalmente todo el edificio.
Entonces miró a Suárez y le ordenó: -Lo enterramos en el patio lateral. Si sacas las losetas que colocaron ayer y cavás un pozo profundo, lo tiramos ahí, Luego apisonás bien la tierra, haces arriba un contrapiso para que no ceda y volvés a colocar las losetas-
El plan parecía perfecto aquella era una de las pocas áreas por donde no pasaban cañerías de ningún tipo, jamás habría que hacer nada ahí. Por otro lado Vanesa denunciaría la falta del dinero de la caja chica de la obra, lo que explicaría la desaparición de Cáceres
Suárez estaba tan entusiasmado que tardó unos segundos en responder, la idea le parecía brillante.
-Está bien arquitecta si es lo que usted manda, pero quiero ver los verdes-.
-Muy bien- , respondió Vanesa, -pero comience a trabajar, que además hay que limpiar este lugar que es un asco. Yo voy hasta la camioneta-.
A Vanesa le parecía justo, era una transacción comercial y debía cumplir su parte.
Fue hasta el vehículo y volvió, le dolía todo el cuerpo y quería bañarse, pero debía supervisar ésta, la más importante de sus obras.
Por momentos se dormía, pero rápidamente se incorporaba y observaba a Suárez que trabajaba casi en silencio. No hubo complicaciones con el cuerpo y afortunadamente todos los materiales necesarios estaban en la obra.
A las cuatro de la mañana el trabajo estaba terminado, el patio había quedado perfecto, y el piso y la pala habían sido lavados con detergente y lavandina.
-Muy bien Suárez, aquí tiene su dinero, ahora desparezca, no lo quiero volver a ver jamás-
Suárez se fue sonriendo, era el día más feliz de su vida.

A las cinco Vanesa estaba en su casa, se bañó y pudo ver los moretones que tenía por todo el cuerpo. Luego fue a su cuarto se perfumó con Eternity de Calvin Klein, se dejó caer sobre la cama y envuelta en la bata se quedó dormida.

Al día siguiente llegó a la obra a las diez. Estaba tranquila, sabía que podía actuar y que sería convincente.
Entró en el edificio y percibió un clima extraño entre los obreros, Ramírez el segundo capataz se le acercó apenas la vio entrar.
-Buen día arquitecta, tengo que decirle que Cáceres no vino a trabajar.
-Bueno- dijo ella, -se habrá enfermado, después de todo es humano-.
-Lo que pasa arquitecta es que lo estuve llamando y mire…
El hombre tomó su celular y llamó a Cáceres.
-Escuche arquitecta…
Un sonido, una melodía llegaba desde el patio lateral, se fueron acercando, era el tema “la cucaracha” en ringtone.
-Escuche arquitecta a Cáceres le suena el teléfono abajo del patio.
Vanesa no respondió, su mente se perdía con las notas de “la cucaracha”, que no dejaba de sonar.
-Arquitecta, como usted no respondía, llamamos a la policía, ya están viniendo.
Vanesa se quedó mirando las losetas. Pensaba -El V3 es un muy buen aparato-.