“Todos
los hombres inteligentes se parecen de algún modo, en cambio los estúpidos lo
son cada cual a su manera”. La mente que tiene extraños caprichos, dejaba
filtrar de entre los recuerdos de cientos de libros leídos tan solo unas
gotitas de Tolstoi, que Edgardo mezclaba con sus ganas de putear.
Pero
eran demasiado reflexivos estos tibios autores rusos llenos de parábolas y
metáforas, y seamos honestos, él necesitaba ahora de los bravos, de los
potentes, de los que unían las palabras con la acción, un Thomas Jefferson, un
Emille Zolá, o al menos un Cuneo Libarona.
Escribía
y tachaba lo escrito, no debería ser tan difícil para alguien que había leído
tanto, pero sin recuerdos todos esos
libros no eran nada, o en tal caso lomos de colores entre dos estantes.
Su
mente que era por naturaleza sádica le filtró apenas unas gotitas del “Che”,
después de todo, si Edgardo se envalentaba, si su escrito se hacía
poderoso, le mandaría algunas escenas de
“Friends” para enfriar el texto. La condena a la mediocridad es voluntaria, y
él y su conciencia lo sabían.
El
Che en Santa Clara; lo veía combatiendo; combatiendo y escribiendo, alternando
el fusil y el lápiz, pero qué más da, ahora todo se hacía borroso.
La
estupidez de un burócrata le había arruinado la vida, y ese escrito, ese
descargo debía ser contundente, como la mirada de Cecilia o una AK 47.
Pero
Edgardo no era un hombre de acción, no contaba con la ventaja de atenerse tan
solo a las reglas básicas de la vida, el necesitaba que la razón ordenara sus acciones,
que la lógica guiara los hechos, en pocas palabras, estaba frito, no se le
ocurría nada. Lo
bueno de las mentes sádicas como la suya es que necesitan siempre a su esclavo
vivo. Filtró entonces completa la “Declaración de la Independencia de los Estados
Unidos de Norteamérica”, la de 1776. Edgardo la tomó como suya y la escribió
sustituyendo, claro, “Inglaterra” por “Estado Nacional Argentino” y “derecho a
alzarse en armas” por “acciones legales correspondientes”.
Algo
curioso: funcionó.